La cruz de Matará es una talla que es fiel testimonio de la Evangelización de nuestra tierra americana, y una clara muestra de la creatividad y el esfuerzo de los heroicos misioneros por insertar el Evangelio en la cultura de este continente. Esta cruz es la más antigua conocida en América y fue encontrada en Matará, Santiago del Estero, cuna de la evangelización argentina. Es, por tal circunstancia y por la multiplicidad de símbolos que encierra, un fiel testigo de la acción evangelizadora de los primeros misioneros en tierra americana: los rasgos culturales, religiosos y artísticos hispánicos pasan a ser elementos del indio, que los asimiló y fusionó en su propia cultura, ejecutando esta preciosa obra.

Bajo la dirección de los padres jesuitas, la mano de obra fue indígena y muy hábil, logrando todo un estilo. La talla se hizo en madera fibrosa de la flora regional, el mistol. Sus dos partes están unidas por dos clavos de madera y el ensamble es perfecto. Es extraordinario el trabajo minucioso, el equilibrio entre cada una de las figuras y la integración armoniosa de todos los elementos.

Matará es el topónimo de la tribu de los indígenas matares de la zona, quienes se relacionaron de manera especial con dos misioneros ejemplares. Uno de ellos fue el Padre Alonso Barzana o Barcena, jesuita conocido como el “apóstol de Perú”, que pasó por Matará misionando toda esa zona; el otro fue San Francisco Solano, quien recorrió Santiago del Estero entre 1592 y 1593.
El Origen

Corría el año 1594, cuando un grupo de misioneros jesuitas llegó al actual territorio de Santiago del Estero, a orillas del Río Salado, donde vivía una tribu de indígenas llamados Matará. Lo primero a realizar por parte de los religiosos fue ganar su confianza para poder conquistar sus corazones. Luego hubo que aprender su lenguaje para poder comunicarse con ellos y hablarles de Jesucristo.

Era preciso encontrar un lenguaje que fuese común a ambos, para poder inculturar la Buena Nueva que venían a anunciar. Y así nació la idea de “escribir” el Evangelio en la Cruz de Matará. No se sabe si fueron los jesuitas quienes tallaron la Cruz para enseñar a los nativos, o los mismos nativos quienes la confeccionaron para plasmar en ella lo aprendido. Lo importante es que ella es un testimonio vivo y patente de aquella historia de la primera evange-lización de nuestra América.

Les hablaron de aquel que es el principio y el fin de todo, el Alfa y el Omega; de Dios, el que había creado todo por amor. Cómo los hombres se habían alejado de Dios, y cómo éste había enviado a su hijo único, Jesucristo, para salvarlos; de su nacimiento en Belén, de la estrella que guió a los magos, y cómo Jesucristo había pasado por el mundo haciendo el bien, obrando prodigios y milagros.

De la Ultima Cena, y de cómo nos había dejado el gran regalo de su Cuerpo y Sangre hechos pan y vino en la Eucaristía, antes de ser hecho prisionero. De Pedro, y de cómo lo había negado tres veces antes de que cantara el gallo.

Por otro lado, les contaron cómo Jesucristo fue conducido ante Pilatos, quien lo mandó a azotar, y cómo los soldados lo despojaron de sus vestiduras y sortearon su manto. Que fue condenado a morir en la cruz, y cómo con martillo y clavos, fueron clavados sus manos y pies en ella. De su Madre, La Virgen María, que lo había acompañado fiel hasta el final en todos sus sufrimientos, hasta que, no resistiendo más su maltratado cuerpo, entregó su alma y murió. La luna llena de la Pascua judía fue testigo de la muerte del Hijo de Dios.

Luego les explicaron cómo poco después, un soldado le atravesó el costado con una lanza para comprobar si efectivamente había muerto y cómo bajaron su cuerpo de la cruz para sepultarlo. Y cómo tres días después, Jesucristo resucitó glorioso de entre los muertos para librar a la humanidad de las llamas del infierno que se había ganado al alejarse de Dios, y cómo podían ellos, los Matará, hacer suya esa salvación aceptando y honrando a Jesucristo como Dios y Salvador.

Fue así como aquellos primeros misioneros encontraron la manera de anunciar el Evangelio de Jesucristo entre los primeros pobladores de nuestras tierras, quienes recibieron al Dios de Jesucristo en sus vidas para poder adorarlo y glorificarlo desde entonces hasta nuestros días.


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