Por Mamerto Menapace

50 años

Nuevamente el padre Mamerto está presente en nuestra revista, pero esta vez no es a través de uno de sus cuentos, sino a través de un saludo especial por los 50 años de la diócesis de Añatuya.

Toda vida tiene etapas. Cuando nacemos, todo es esperanza. Y de a poco la vida se va diversificando. Comienza el tironeo de las fidelidades múltiples. Y muchos proyectos quedan detrás, mientras que otras exigencias se nos presentan y exigen nuestro actuar. Así va naciendo la experiencia.

¡Qué lindo si la experiencia no nos asesina la esperanza! Lo mejor que nos puede suceder es que el pasado se nos haga base para lo que tenemos que construir. Aunque haya que depositar mucha vida en los cimientos de lo que está destinado a crecer. San Pablo nos dice en su carta a los Corintios que cuando era niño hablaba, razonaba y decidía como un niño. Pero cuando se hizo mozo, dejó las cosas de chango y tuvo que empezar a ubicarse como un adulto.

Hace cincuenta años que la Iglesia Madre de Iglesias, Santiago del Estero, se desmembraba un gajo, para hacerse responsable de su propia identidad. Había que hacerse consciente de la realidad que allí vivían los hijos de Dios en la tierra montaraz de Añatuya y de sus necesidades y esperanzas. En cuanto a estructuras todo estaba por hacerse, y los recursos eran pocos. Pero los desafíos se hicieron para los guapos. Y Don Gottau era de los que tenían madera para esquinero. En un hermoso libro, su secretario nos dejó esos recuerdos, que aquí no me toca a mí traerles. Pero que están. Y siguen siendo puntos de referencia.

Sobre lo puesto como cimiento toca ahora a otros el seguir construyendo. Probablemente muchas cosas han evolucionado. Los caminos, las comunicaciones electrónicas, los cultivos y la maquinaria para realizarlos. Pero los valores permanecen.

Los valores y la Palabra de Dios en la que se apoyan. Y no podemos edificar fuera de los cimientos ya puestos.

Por eso celebrar un cincuentenario es la ocasión de mirar para atrás, a fin de animarnos a seguir pa'delante. Si ellos que eran menos, pasaron. Nosotros, que somos más, tenemos que pasar. Cuando otros celebren el centenario de la diócesis de Añatuya, lindo fuera que se animen a apoyarse en lo que nos toca ahora hacer a nosotros y se alegren de haberles dejado cancha para hacerlo.

El agradecimiento es la memoria del corazón. Y toda celebración es una manera de hacer memoria. Agradecimiento a Dios que siempre ha ayudado. Y también agradecimiento a todos los que han sido la mano de Dios en este trabajo. Mucha gente de afuera dio su apoyo, pero de nada hubiera servido si no hubiera sido por el esfuerzo de los que estaban aquí. Y lo mismo sucederá en los próximos 50 años.

Por eso: ¡Gracias a Dios! Y también a cuantos pusieron y ponen el hombro y las rodillas en la construcción de esta Iglesia que peregrina en tierras santiagueñas, con un esquinero en Añatuya y una meta en el cielo, donde Don Gottau y tantos otros nos esperan y nos observan con cariño y confianza.

+Mamerto
monje de Los Toldos